sábado, 9 de junio de 2012

En una ocasión me confesó que a veces moría su cuerpo por culpa de su alma. Porque ésta no soportaba estar cerca de mi. Se rebelaba en su fuero interno y colérica daba un cabezazo tras otro desde el interior de su estómago hacia fuera. A veces, su alma, adoptaba forma de mano derecha e izquierda y pinzaba con cada una de ellas sus pulmones. Después, tiraba con fuerza de ellos hacía el centro. En consecuencia, su sangre no se oxigenaba y sus venas se ahogaban entre los coagulos.

Su alma -prosiguió diciendo tras suspirar profundamente- cada vez que me sentía, se convertía en gladiador y luchaba con fiebre por abandonar el recipiente que la había estado conteniendo durante x años. Y si no la liberaba, moriría. Confesó que su alma era un demonio que anhelaba penetrar en la mia y alojarse en ella indefinidamente. Lo que yo desconocía entonces, es que lo conseguiría.