sábado, 22 de octubre de 2016

Somos agua

Fue entonces, que lo vi todo tan claro, a través de sus ojos azabache.

Ella dormía trepada como hiedra en mi cuerpo, al lado del mismo, ni encima, ni debajo. Ni delante, ni atrás, al lado del mío que trepaba el suyo como hiedra igual. A ratos me despertaba y me recogía complacida entre sus brazos, y volvía a dormirme besando su cuello:

- Bonita...

Susurraba antes de dejarme ir de nuevo.

Dos cuerpos trepados como trepan las plantas hacia la luz de sol, en espiral. Como la cadena de ADN que programa nuestros cuerpos.  Como el amor que teje y sostiene el mundo.

Fue entonces, que lo vi todo tan claro, a través de sus ojos azabache, cuando trepada en todas partes me diluí en el mundo. A veces me sobresaltaban sus ojos abiertos mirándome de frente, allí dónde me encontrara y su cuerpo ya no estuviera trepado al mío, seguía trepado en cualquier cosa. Allí dónde yacía mi cabeza y cerraba mis ojos, sus ojos me enfrentaban de frente, y al abrir los míos ya no estaban.

Fue entonces, fue entonces que lo vi todo tan claro, cuando la miraba sin mirarla, por vez primera miré sus ojos y me dejé caer dentro.
Jamás vi una cosa así, aunque llevara toda una vida rodeándome. Sus ojos azabache combustionaron, y me hicieron combustionar. Allí estaba todo, en aquella galaxia fantasma latente bajo sus cejas. En aquella galaxia oscura en la que a primera vista parecía no haber nada, comprendí, comprendí, comprendí… allí yacía todo, incoloro, traslucido, libre de forma y definición alguna.
No fue hasta que me dejé caer, rendida en sus ojos… no fue hasta que me dejé caer, rendida, que se abrieron los míos.
Maravillada ante aquel espectáculo me dejé llevar por el rumor de lo que sentía. Sentía en el pecho una fuente de serenidad inagotable, que fluía y me circulaba, y desde allí oh desde allí.., qué no podía hacer? La sentía entonces libre de todo, descondicionada totalmente.

Fue entonces que me sentí libre de todo, descondicionada totalmente. Fue entonces que acepté finalmente y solté la forma de su concepción, de mi concepción... Y al mismo tiempo fui consciente. 

Desde allí, desde aquella fuente inagotable de serenidad en la que hundí los pies, sentí libre lo que siento, lo que soy, lo que somos… libre de forma, y acepté y acepté y acepté y facilité. Oh… Libre de mi, fluyó lo que siento por ella, desahogado y feliz.

Comprendí que aquella fuente inagotable de amor antes fue una antorcha que prendí con el fuego que todo lo transforma.
Al mismo tiempo que ocurrió todo lo demás, lo único que ocurría era mi corazón iluminando el sendero. Y de la fuente única de la que brotan todas las cosas, brotó ella, reina de cualquier maravilla.
Broté yo, reina de cualquier maravilla.

Claro que yo creí estar haciendo otra cosa, mientras sin darme cuenta había prendido una hoguera en su nombre, y en el mío. Cogí la última brasa de la misma y la porté en mi corazón en mi viaje. Me fui desnuda y con el último vestigio de su amor por mí,con el primer vestigio de mi amor por mi... a recuperarme. A regenerarme. A encontrarme diluida en el mundo. A devolverme al origen.

A medida que iba juntando los pedacitos de mi alma rota el carbón en mi corazón comenzaba a prender de nuevo, a calentar todo mi cuerpo. Observé a los glaciares romperse y caer estrepitosamente al mar como ballenas. La primavera llegó a la ciudad y mi cuerpo se llenó de flores. Y entonces, oh… entonces… comprendí a través de sus ojos azabache.

Al mismo tiempo que portaba el último vestigio de su amor por mi y los primeros de mi amor por mí, llegué al origen. Recorrí todos los senderos posibles tratando de vislumbrar si aquello que sentía era ilusión o realidad. Lo sentí bajo el influyo de toda clase de emociones, pensamientos, y sensaciones. Hasta que comprendí el mar y sus ríos, y desemboqué.

No fue hasta que llegué al mar, a la fuente..., que fui capaz de decir adiós y soltar la forma, la concepción, el control… de lo que sentía, que lo sentí en su plenitud. No fue hasta entonces que comprendí.
Fue cuando solté el “siento esto y lo quiero sentir así, y quiero que se transforme en esto” que comprendí la ilusión y la realidad de cuánto quería amarla, de cuánto ya la amaba, y empecé a hacerlo de verdad, desde el lugar que fuere y como fuere. Fue entonces que dejó de importar si la expresión de mi amor era mi lengua deslizándose en su cadera, la palma de mi mano sobre su pecho latiendo al unísono con su corazón.
Fue entonces cuando comprendí, a corazón abierto y derramado, que me daba igual, que no me importaba el cómo ni el cuándo ni el por qué, ni el qué ni para qué ni para quién, y sentí, simplemente, la fuente inagotable de amor que había creado y alzado a su imagen y semejanza, inspirada en la original, aprovechando la energía de la combustión. Fue entonces que todo pasó, y comprendí que mi deseo y mi anhelo eran limitados, y abrí las manos y el cielo se llenó de mariposas. Ya no importaba más derramarme sobre su piel, ya no importaba más bailarle lento el cuerpo y lloverlo para verlo nacer a la mañana siguiente. Ya no importaba más tocarla y con ello tocar todas las dimensiones. Ya no importaba más nada. En mi pecho abierto latía y cabalgaba mi sangre para siempre.  Ya no importaba la forma de brindarle el acceso a la fuente, ya no importaba si quiera que no viniera jamás a remojar sus pies en ella. Comprendí que también eran inagotables las formas de mi amor, y su entrega, y ya no importó más su expresión, tan sólo que bajo ningún concepto se me ocurría privarla ni a ella ni a mí de aquello, y que podía portar de todos modos en mi cuerpo todo aquel amor y nutrirlo y nutrirla y nutrirnos de él. Y entregárselo, entregármelo, entregárnoslo.  A través de cualquier cosa, momento, lugar o circunstancia.

Y así ahora la amo por lo que es y nada más. Y así ahora roto el hechizo “he fet volar l’estel, ben alt, del meu anhel, i no l'has vist”. Y lo único que me importa en relación a todo aquello, a todo esto, es que mi amor no se estanque, y siga diluyéndose en el mundo, y siga fluyendo conmigo y a través de mi, a dónde quiera y cómo quiera.  Natural y espontáneo, sin elección.

Oh… es tan bello esto que siento, y no es suyo, ni mío, ni así, ni asá… Es, y de cualquier modo, quiero compartirlo, dejarlo ser, acogerlo, vivirlo, sentirlo, nutrirlo, respirarlo y dejarlo diluirse en el mundo, a su ritmo, como sea... está bien, y es perfecto.

Cada mañana, cuando ronroneo y me alzo, y me miro al espejo y maravillada me siento y me digo "Te quiero", la estoy queriendo a ella.

Y a él, y a ti, y a todo.
Cada vez que hablo de ella hablo también de mi.
Y el reflejo es ahora limpio y transparente.





Mis sueños son en realidad tan simples... y para todo el mundo. Para todo «mi», para todo «yo»...

Mis sueños son para mi y para todo lo que existe. Nada que no quiera también para ti..






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