martes, 26 de noviembre de 2013

Una mañana abrí los ojos y no vi nada. Se me había colado dentro.
No puedo decir exactamente cuantos fueron los días que se fueron desde que me cegó su luz.
Si me paro a sentirlo es apenas un suspiro. Un conjunto de suspiros.
Recuerdo el silencio como algo doloroso, veo sus imágenes pero no oigo su voz. Creo que esta vez he conseguido llegar de verdad a las nubes, y no las he reconocido cuando flotaba sobre ellas.

El viento y la calma, y el cielo girando. Siempre girando.

Creo en la luz que hay en las personas, desconozco si somos realmente polvo de estrellas y desconozco que hay ahí fuera. Ni si quiera conozco que hay aquí adentro.
Tal vez todo sea un cuento y creo en él y en su polvo. Y en sus caderas, y en sus pezones. Y en su boca de fresa y en sus ojos de oliva.

Pero esa luz que a veces la alcanza y se me cuela en el pecho aunque la piel, no me la toca, me cuenta cómo se cayó del cielo cuando se rompió su estrella.
Y creo en ella.
Sigo su luz allí donde brille y cuando intento mirar atrás, no veo nada.
Nunca me detuve a pensar qué pasaría si se apagara, y una mañana abrí los ojos y no, no vi nada.

Ella estaba en todas partes. Y a mi me picaba tanto el tobillo izquierdo…
Se me había colado dentro, en las articulaciones, y no me podía mover.
Creo que he perdido la cabeza por una mujer.


lunes, 25 de noviembre de 2013

Simplificando, únicamente existen dos sonidos.
El de la vida - bom, bom bom, bom-
Y el del tiempo - tic tac, tic.. tac-

Existen en constante resonancia. 
Y se derivan en infinitas melodías. 

Bom tic, tic bom. Bom tic bom tic tac tic Bom
Tac bom tic bom tac bom tic bom tac
bom bom tic bom bom tac bom bom tic...

A veces la vida marca el ritmo y el tiempo se queda solo.
A veces, el tiempo marca el ritmo y la vida se queda sola.

sábado, 6 de julio de 2013

Cosas que me dan miedo

- Que se me metan mosquitos por la vagina mientras duermo
- Que se me metan mosquitos (arañas) por los oidos, crien mosquitos y me coman el cerebro mientras duermo
- Que me piquen mosquitos
- Los mosquitos hembra
- Los mosquitos

Y esto, amigos, es lo que me convierte en un elefante.

miércoles, 8 de mayo de 2013

A veces tengo la impresión de que los objetos a mi alrededor se mueven, y me planteo primero si se están moviendo, después si me he drogado, seguidamente si estoy loca y... al final, me doi cuenta de que es mi propio cuerpo el que se mueve al respirar.


domingo, 5 de mayo de 2013

domingo, 24 de marzo de 2013

Anfibología

En nuestras sábanas hay aproximadamente un millón de ácaros comiéndose nuestra piel. Cuando cae la noche les observo mordisquear tu muslo desnudo, tu boca dormida, tu pecho que late. Tus ojos cerrados, tus hombros cuadrados. 
Por la mañana tus clavículas se acentúan y, hecha un ovillo bajo tu cabeza, entreabro los labios y recojo los ácaros que empachados duermen en sus rincones. 

Así, cuando muere mi piel, renazco en los deshechos de la tuya.

Como la palmera Tahina, vivimos tan sólo 3 meses y alcanzamos los 18 metros de altura. Sentía tanto vértigo a medida que crecíamos, que cuando alcanzamos nuestro punto más álgido entendí que el fin de todo aquello únicamente era el salto. Cogernos de la mano, mirarnos y estrellarnos, y dejar nuestros pedazos resguardados en las sabanas, a merced de que nos devoraran los ácaros y viviéramos para siempre en otros rostros y otras manos.

Uno no puede arder durante mucho tiempo desde el centro de la tierra y pretender prevalecer.

  

sábado, 9 de febrero de 2013

A veces ni si quiera cruzo cuando el semáforo está en verde. Observo a la gente cruzar de lado a lado, observo como se impacientan y se arriesgan a cruzar cuando aún el semáforo alumbra en rojo y ningún coche está lo suficientemente próximo como para llevárselo por delante.

A veces ni si quiera cruzo cuando el semáforo está en verde y no existe ningún viandante. A veces ruge extrañado algún coche en la ciudad dormida, mirándome, retándome, burlándose de mi. A veces, ni si quiera existen vehículos, y podría cruzar al otro lado sin esfuerzo, revolcándome en la acera, cantando de alegría, volviendo a tener 5 años cogida de las manos de mis padres y saltando de raya blanca a raya blanca como si me columpiara.

Pero siempre espero y dejo que los coches avancen. Como dejo que avancen otras bocas y besen la boca que quiere besar la mía.

Me sujeto fuertemente a mi propia pierna, rodeándome. Como un poste eléctrico al que sólo un ciclón o una tormenta de viento puede desestabilizar y ejercer de mano ejecutora, de jardinero que efectúa un trasplante de lugar y de abono, y poda mis raíces. 

A veces, cuando veo una de esas películas de comedia "romántica" en las que uno de los protagonistas cruza aceras abarrotadas provocando atascos y deteniendo coches con la mano, saltando incluso por encima de algún capó, casi sueño con ello. Pero, a quién pretendo engañar? No soy ocurrencia de cualquiera.

Hay días en los que no toco con los pies el suelo, avanzo clavándome en los ojos de la gente, con los pies cerrados. Distraída y sin rumbo, drogada en manos de los secretos que se esconden en los entrecejos. No me pregunto qué sucede, nunca sé a dónde me arrastran. Me acomodo en su profundo sueño, mecida entre sus dedos de ola. 

Camino levitando, con ojos de sol tras la lluvia, con ojos de sol que alumbra a las 16.00 de la tarde, sonriendo a todos los desconocidos que deciden regalarme un instante. Beso todas las bocas y todos los parachoques, acaricio con mi lengua las puntas de las almas que rozan la obesidad, y recojo en el estremecimiento las piedras que no las dejan avanzar. Siento que me ahoga la luz del mundo y que necesito absorberlo todo, así que cojo aire y me llevo con él las aceras, las correas de los perros y los perros, cada edificio, cada ventana, cada polvo. Y me convierto en una mariposa que al batir las alas lo devuelve todo a su sitio, en un lugar diferente del mundo. 

Entonces oigo chasquear un beso, y caigo con los pies en el suelo. El semáforo vuelve a estar en rojo, sigo sin atreverme a cruzar en verde, sigo acariciando mecánicamente la cabeza del alma más obesa del mundo.


domingo, 3 de febrero de 2013

La miraba y veía en ella un gran caramelo rojo sujeto a un palo. Yo, con las manos pegadas al escaparate de un vulgar establecimiento de dulces en un barrio marginal, que bajo el hechizo magnificante de mis ojos de niña era un escaparate de ensueño. Deseaba entonces por encima de cualquier cosa aquel dulce.

Me apresuré decidida y nerviosa a adentrarme en la tienda prometida, me agarré al mostrador y de puntillas pregunté por el precio de aquella gigante bola de azúcar. 


75 pesetas.


¡75 pesetas! 


¡Con 75 pesetas podía disfrutar de tantos otros placeres...! 


Lamí cada curva infinitas veces, por todos sus costados, de todas las formas (in)imaginables, con lametazos cortos e intensos, largos y pegajosos, húmedos y lascivos. La lamí de arriba abajo, alrededor de toda su circunferencia, reduje su radio a mi antojo y la mantuve presa entre mis dientes cuanto quise. Hice de ello un ritual desquiciante que cada vez que terminaba volvía a realizar con más frenesí y ansiedad. Lamí todos sus recovecos, me gustaba seguir con la punta de la lengua el círculo dónde se unía el balón al plástico. Jugaba con ella como juegas con un helado a no dejar que gotee.


Tuve que detenerme en un banco, durante un tiempo me dediqué enteramente a desgastar aquel caramelo. Llevada por el balanceo de mis cortas piernas que no daban con los pies en el suelo. Me dediqué enteramente a ello hasta que mi enfermiza erosión dio con un agujero que me provocó varias llagas en el paladar.  
Entonces, resuelta, me levanté del banco, dejé caer mi ahora minúsculo lollipop rojo y seguí andando.

A veces tropiezo con algún rojo caramelo hecho añicos. Otras veces los encuentro envueltos en partículas de arena. Mis preferidos son los que devoran las hormigas. Y sonrío cuando algún infante recoge alguno en "buen estado"
 y se lo lleva a la boca mirando a los lados, avergonzado y preguntándose si alguien le habrá visto.


Es entonces cuando me pregunto cómo iba a confesarle que mi única pretensión había sido, siempre, la de romperle el corazón.

La dejé temblando y me sentía por ello como un niño con zapatos nuevos.
Mi capricho era que soñara el resto de su vida conmigo. Que, imperturbable, regresara a mi, insistente y suplicante, erosionada y carcomida, una y otra vez.

Pero la súplica no es sólo siempre necesaria; nunca es correspondida.



"¿Cómo puedo sorprenderte?" la oigo decir desde su palo de plástico con su último aliento.

Si lo supiera, me digo, no me sorprendería.

jueves, 17 de enero de 2013

Contigo aprendí a diferenciar el amor de la codicia.

En una ocasión fui íntima amiga de Cristobal Colón; cuando te reconocí. 

De un tiempo a esta parte he aprendido a degustar la comida, a cocinar con calma y delicadeza, a dejar que la zanahoria, la cebolla y el aceite de oliva se lleven consigo en su aroma la tarde y la niebla, el coágulo en el corazón.  


Cuando te conocí, no te identifiqué en seguida. Fueron dos las citas necesarias para que me percatara de tu insaciable halo de oscuridad. Tu cuerpo siempre irradiaba luz, la derrochaba a niveles muy por encima de la desórbita si agujeros negros perfectos como yo se aproximaban a ti. Existía en tu vientre un monstruo, una boca profunda, un túnel que aspiraba el polvo sin inmutarse, mecánicamente. Te comías silenciosamente la espesura de otras bocas. Succionabas cualquier alma carcomida que se encontrara a 10 metros la redonda de ti, sin importar su sexo, su edad, o su condición, con calma y delicadeza, y sin percatarte de ello. Succionabas caracoles. Y después... 

Cuando oía tus pasos aproximándose caían mis ojos, pensaba en tu nombre y sonreía. Mis pies se mantenían muertos en el suelo, livianos, hasta que la vibración de los tuyos al andar conformaba una descarga eléctrica, una reanimación. Pí, pí, pí.  Y latían de nuevo mis pies, mis piernas, mi entrepierna. Y me sentía como el agua cuando empieza a hervir.
Entonces llegabas, cruzabas la puerta y yo alzaba los ojos pero no permitía que estos se dirigieran a ti. Te oía sonreir, oía como se deslizaba tu abrigo en tus hombros, oía tu calor y tus Buenos Días. Te excusabas por los 5 minutos de retraso que siempre venían cogidos de tu mano. Pedías amablemente y sin dejar en ningún momento de sonreir que abriera una ventana, yo me levantaba y procedía, y cuando me sentaba de nuevo sonreía al decir tu nombre y te miraba, sin lugar a dudas te miraba y sólo entonces... pí, pí, pí. Latía mi pecho con fuerza y latía mi sangre frenética. Se me desbordaba la sangre y el agua, que hervía enloquecida, y bajaba el fuego del 6 al 4, al 3, al 2...  de forma progresiva a la tranquilidad en tu pecho mientras la boca de tu estómago absorvía metódicamente el polvo en mis ojos. Mi ritmo cardíaco se estabilizaba, el aire circulaba por mi cuerpo como si mis pulmones fueran altos y anchos robles, viejos robles cultivados en paciencia que disfrutaban de su nieta, de la brisa, en primavera. Como sauces milenarios que comienzan a cerrar los ojos en otoño para dejar paso al invierno, que se encargará de ulular entre sus ramas para que no se les olvide respirar. Dejando que la zanahoría, la cebolla y el aceite de oliva se llevasen consigo en su aroma la tarde y la niebla, el coágulo en mi corazón.

Cuando te conocí quise colonizarte, anularte, infectarte con cada una de mis enfermedades. Y entonces sentí el enfermizo amor que Cristobal Colón debió sentir por el Nuevo Mundo, hasta que recordé a tiempo el oro y sus objetivos, recordé la causa real de su (in)fortuito encuentro, y no quise ser responsable de la destrucción del primer ser al que veía capaz de masticar sombras y seguir siendo, en su absoluta composición, luz.




Nunca estoy enamorada de una sola persona, y cuando parece ser que sí, no es amor, sino literatura.



domingo, 6 de enero de 2013

El verbo "extinguir" es otro desconcertante concepto inventado por el hombre.  Ni si quiera llega a existir la posibilidad. Ya que nada se extingue, únicamente varia su forma. 

Nada deja de existir tan sólo porque ya no se muestre cómo hasta entonces ha sido conocido. Todo sigue existiendo, independientemente de que no puedas verlo porque desconoces su nueva identidad.
Si quieres tener la oportunidad de decidir o cambiar una identidad, debes ser capaz de generar y ver nuevas identidades.

Y esto es, en resumen, lo único que necesitas saber sobre el peligro.