Era, entonces, también aquello? Aquello de sentirte pequeño
al lado de Otro? Y en la misma pregunta la respuesta. Otra vez, El Otro…
Por un lado estaba ella, sin más, ella, con toda su vida
habitada. Por otro lado estaba aquello, aquello otro, La Comparación, La
Separación, oculta en las sombras, murmurando entre bastidores. Tosiendo, de
vez en cuando. Ejém, Ejém…
Me subestimé, ¿fue, entonces, también aquello? Me subestimé.
En el momento en el qué pensé, simplemente, en el momento en el que simplemente
dejé germinar aquel pensamiento “__ _____ __ ____”, obvié y subestimé su flor,
y su fruto. Podría decir “olvidé lo que sembré en aquella parcela” y sin
embargo, estaría mintiendo. No olvidé, no olvidé porque no estuve,
literalmente, en el momento mismo en el que estaba llevando a cabo la siembra.
Es así, sin más. No estuve presente, No estuve. Y por consiguiente no supe que
estaba sembrando ni qué estaba sembrando, tal vez de haberlo sabido lo hubiera
arrancado antes de que floreciera. Y sin embargo, algo en mí, oculto en la
sombra, sabía muy bien qué estaba haciendo.
Me detuve a sentir aquello en la sombra, me detuve a sentir,
simplemente, La Sombra. Me personé allí, con los ojos cerrados y una sonrisa
cómoda. A ratos sentía la sombra pesada, densa, corpórea. Así como vapor
empoderado de sí mismo. A ratos sentía
una brisa ligera envolver mi cuerpo, y mi cuerpo firme sobre mis pies en la tierra.
(Así que tierra…)
A ratos se oía una risa, llegaba como una reminiscencia, la
última luz de una estrella hace millones de años muerta.
También sentía a veces el retumbar en mi cuerpo de un
pequeño cuerpo corriendo. ¿Pequeño? Pequeño y ligero cuerpo, repiqueteando con
sus pies el suelo, corriendo, audaz, libre, a sabiendas.
En algún momento la sombra se detuvo, la sombra, se detuvo.
La sentí detenida en todo su complejo frente a mí. Podía sentir sus ojos fijos
y vivos, vivos… a través de mis párpados cerrados, mirándome con intensidad y
fijeza, con la fuerza de todo lo que retiene en sí misma, La sombra.
Sentí sonreír, me sentí sonreírme ampliamente y abrí los ojos. Frente a mí una niña traviesa y llena de fuego, ardiendo en medio de un fuego que surgía de sí misma, que se alimentaba de sí misma, que era ella misma.
Sentí sonreír, me sentí sonreírme ampliamente y abrí los ojos. Frente a mí una niña traviesa y llena de fuego, ardiendo en medio de un fuego que surgía de sí misma, que se alimentaba de sí misma, que era ella misma.
Hola, pequeña
Me miraba con la misma sonrisa con la que debía estar
mirándola yo a ella. Oscura, misteriosa, brillante. Sonrisa que está viendo
algo que a simple vista, no se ve. Sonrisa complacida que… ¿Qué esconde? Y sin
embargo sé, que no esconde, que sólo es.
La niña alargó el brazo, con la mano extendida agarró mi muñeca,
sin dejar de mirarme en ningún momento del mismo modo. Con la mirada
profundamente enraizada, me mantuvo sujeta, y su fuego ascendía como una serpiente,
anillando mi brazo, mi hombro, mi pecho, todo mi cuerpo, ardiendo.
Cuando todo mi cuerpo estuvo cubierto por el mismo fuego que
consumía a la niña, ésta soltó mi muñeca y se perdió en la sombra. Ante mi la
oscuridad y su risa lejana. Cerré los ojos, inhale profundamente por la nariz y
sentí caer a la niña, al aire pesado y denso, al polvo en el aire oscuro, en mi
estómago. Sentí el viento levantarse al exhalar, avivando el fuego, postrándolo
ante mis ojos cerrados, dejándome ver, dejándome ver, dejándome ver… Todo lo
que la niña ha estado sembrando y recolectando. Y por qué.
Por un lado estaba ella, sin más, con toda su vida habitada.
Por un lado, estaba ella
Sin más.