domingo, 24 de marzo de 2013

Anfibología

En nuestras sábanas hay aproximadamente un millón de ácaros comiéndose nuestra piel. Cuando cae la noche les observo mordisquear tu muslo desnudo, tu boca dormida, tu pecho que late. Tus ojos cerrados, tus hombros cuadrados. 
Por la mañana tus clavículas se acentúan y, hecha un ovillo bajo tu cabeza, entreabro los labios y recojo los ácaros que empachados duermen en sus rincones. 

Así, cuando muere mi piel, renazco en los deshechos de la tuya.

Como la palmera Tahina, vivimos tan sólo 3 meses y alcanzamos los 18 metros de altura. Sentía tanto vértigo a medida que crecíamos, que cuando alcanzamos nuestro punto más álgido entendí que el fin de todo aquello únicamente era el salto. Cogernos de la mano, mirarnos y estrellarnos, y dejar nuestros pedazos resguardados en las sabanas, a merced de que nos devoraran los ácaros y viviéramos para siempre en otros rostros y otras manos.

Uno no puede arder durante mucho tiempo desde el centro de la tierra y pretender prevalecer.