Cuidado,
estoy durmiendo.
Estoy
dormida sobre el colchón, tendida y desnuda, encogida, preparándome para nacer.
La
luz, el sol, la ventana de mi habitación.
La
mosquitera, menos ruidosa que una metralleta, agujerea mi colchón.
Primero,
a lo largo y ancho de su extensión izquierda, en diagonal.
Cuidado,
porque estoy durmiendo, y me huele la piel a primavera.
La
mosquitera perfora mi espalda, siento un hormigueo y arqueo algo menos el tronco.
Ahora
mis brazos, más extendidos. Ahora mis piernas, menos encogidas.
Ahora
mi parto, empieza a ver la luz.
Tengo
ganas de acariciarme el hueso de la cadera, y me beso la mejilla, desde aquí, a
lo lejos.
Soplo
entre mi pelo, siempre con cuidado.
Y
remuevo con mis dedos el cabello.
El
21 y el 13 ya se unieron.
Me
parecía estar temiendo, me parecía tener miedo.
Me
parecía de golpe tan quieto, y, hasta muerto, el océano.
Y
yo, sobre el mismo de pie, mirando desde arriba, decidí tumbarme.
Cuidado,
porque me quedé dormida.
Y
las semillas en mi espalda florecieron, haciéndose de día.
La
mosquitera dio con mi cara, y me contraí.
La
sangre manaba, como agua salada.
Y
cada mañana, cuando estoy de parto, dejo de anidar en mi cuerpo para convertirme
en él.
Hasta
que abro los ojos y veo los suyos.
Y
creo estar siempre ante la primera declaración de amor del mundo.
Y es
que cada noche,
cuando
estoy muriendo,
y
veo una luz, en realidad estoy naciendo.
Y es que cada mañana
cuando estoy durmiendo
y anhelo besarme la mejilla, otros labios
besan los míos, cuando estoy durmiendo. Y entonces me convierto en mis labios.
Y
así, cada mañana, mientras desde aquí, a lo lejos, me quiero de nuevo,
otro
cuerpo, tan caliente como el mío, con cuidado
me
acaricia la barbilla y me besa la clavícula.
Y
así es cómo he comprendido que suceden las cosas:
mientras uno sueña de día.