domingo, 2 de febrero de 2014

Cuidado, estoy durmiendo.
Estoy dormida sobre el colchón, tendida y desnuda, encogida, preparándome para nacer.
La luz, el sol, la ventana de mi habitación.
La mosquitera, menos ruidosa que una metralleta, agujerea mi colchón.
Primero, a lo largo y ancho de su extensión izquierda, en diagonal.

Cuidado, porque estoy durmiendo, y me huele la piel a primavera.
La mosquitera perfora mi espalda, siento un hormigueo y arqueo algo menos el tronco.
Ahora mis brazos, más extendidos. Ahora mis piernas, menos encogidas.
Ahora mi parto, empieza a ver la luz.

Tengo ganas de acariciarme el hueso de la cadera, y me beso la mejilla, desde aquí, a lo lejos.
Soplo entre mi pelo, siempre con cuidado.
Y remuevo con mis dedos el cabello.

El 21 y el 13 ya se unieron.
Me parecía estar temiendo, me parecía tener miedo.
Me parecía de golpe tan quieto, y, hasta muerto, el océano.
Y yo, sobre el mismo de pie, mirando desde arriba, decidí tumbarme.

Cuidado, porque me quedé dormida.
Y las semillas en mi espalda florecieron, haciéndose de día.
La mosquitera dio con mi cara, y me contraí.
La sangre manaba, como agua salada.

Y cada mañana, cuando estoy de parto, dejo de anidar en mi cuerpo para convertirme en él.
Hasta que abro los ojos y veo los suyos.
Y creo estar siempre ante la primera declaración de amor del mundo.

Y es que cada noche,
cuando estoy muriendo,
y veo una luz, en realidad estoy naciendo.

Y es que cada mañana
cuando estoy durmiendo 
y anhelo besarme la mejilla, otros labios besan los míos, cuando estoy durmiendo. Y entonces me convierto en mis labios.

Y así, cada mañana, mientras desde aquí, a lo lejos, me quiero de nuevo,
otro cuerpo, tan caliente como el mío, con cuidado
me acaricia la barbilla y me besa la clavícula.


Y así es cómo he comprendido que suceden las cosas:
mientras uno sueña de día.