martes, 26 de noviembre de 2013

Una mañana abrí los ojos y no vi nada. Se me había colado dentro.
No puedo decir exactamente cuantos fueron los días que se fueron desde que me cegó su luz.
Si me paro a sentirlo es apenas un suspiro. Un conjunto de suspiros.
Recuerdo el silencio como algo doloroso, veo sus imágenes pero no oigo su voz. Creo que esta vez he conseguido llegar de verdad a las nubes, y no las he reconocido cuando flotaba sobre ellas.

El viento y la calma, y el cielo girando. Siempre girando.

Creo en la luz que hay en las personas, desconozco si somos realmente polvo de estrellas y desconozco que hay ahí fuera. Ni si quiera conozco que hay aquí adentro.
Tal vez todo sea un cuento y creo en él y en su polvo. Y en sus caderas, y en sus pezones. Y en su boca de fresa y en sus ojos de oliva.

Pero esa luz que a veces la alcanza y se me cuela en el pecho aunque la piel, no me la toca, me cuenta cómo se cayó del cielo cuando se rompió su estrella.
Y creo en ella.
Sigo su luz allí donde brille y cuando intento mirar atrás, no veo nada.
Nunca me detuve a pensar qué pasaría si se apagara, y una mañana abrí los ojos y no, no vi nada.

Ella estaba en todas partes. Y a mi me picaba tanto el tobillo izquierdo…
Se me había colado dentro, en las articulaciones, y no me podía mover.
Creo que he perdido la cabeza por una mujer.


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