martes, 15 de febrero de 2011


Hace algún tiempo, en algún lugar muy, muy lejano, existió alguien tan y tan escrupuloso, que no bebía si quiera agua por todos aquellos quienes hubieran podido tocar el plástico de la botella, o por el simple hecho de correr por una cañería. Llevaba la uña del dedo pequeño de la mano derecha manchada siempre de pintura naranja, y era incapaz de levantar el extremo izquierdo del labio superior en muestra de desagrado.

Y digo existió porque murió de escrupuloso.

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