domingo, 14 de agosto de 2016

Es domingo

Es Domingo.
Es domingo y me he despertado dos veces. Ha sido cómo despertar de un coma. O eso se me acaba de ocurrir. Tal vez las personas que están en coma, cuando se despiertan, afirman y a la vez se preguntan con algo que parece horror y no lo es: ¿¡Estoy vivx?!. Como me ha sucedido a mi las dos veces que me he despertado esta mañana. Cómo me viene sucediendo desde hace días. 

Una vez fui a ver a mi madre al lugar en el que vivía entonces, una masía entre las montañas de Castellón. La primera noche que pasé allí, cuando desperté, sentí cómo gritaba ¿¡Estoy viva?! sin embargo no grité. Simultáneamente en mi mente se mantenía congelada la última imagen en la que me había estado sintiendo previamente a despertar. Era una imagen negra, y en el centro Yo, como una masa oscura de feto, que lograba distinguir por algo parecido al destello de un círculo. Después ya estaba gritando ¿¡Estoy viva?!. Y sentía mi cuerpo extraño, cómo si Yo estuviera hilada a otra cosa y acabaran de cortarme el cordón umbilical. Con horror, no entendía nada, ¿¡Estaba viva!?. 

Desde hace algunas mañanas me despierto con la misma sensación. Con el mismo falso horror, con algo más cercano al hastío, y al descosido de la tranquilidad, que de la sorpresa. 

Es domingo y me he despertado dos veces. 
La primera he ido al baño, he salido más ligera, he cogido al gato en brazos, le he rascado dónde me ha dicho un rato, lo he dejado unos cuanto besos y he vuelto a la cama. No quería estar despierta. 

La segunda vez que me he despertado no recuerdo que he hecho. Después ya estoy en la calle, me voy de una cafetería sin pagar porque he olvidado salir con dinero de casa. Me llevo medio bocadillo envuelto. Regreso a casa, cojo al gato, guaaaaaaapo, boniiiiiito, ¿qué mi niño? aaaaaaaayyyyy,.... muack muack muack. Lo espachurro. 
Lo dejo con cuidado en el suelo y mantengo las manos en sus caderas porque tiene problemas de equilibrio y según cómo se cae. El se va miau miau. Vuelve, me sigue, miau miau. A ratos habla cómo un loco y siento sus maullidos entre mi cerebro y el cráneo, MIAU MIAU MIAU, retumbando como si tuviera altavoces en las sienes. Y lo juro, entonces quiero matarlo. Después se me pasa, y no dice nada durante horas y horas y horas. Viene, va, se tumba. Ahora aquí, ahora allá. Entonces yo lo sigo. Muack muack muack, por dónde va. A veces lo llamo "Miauuuu", y viene. Miau miau miau, y vuelta a empezar, cómo un loco, a hablar. 

He quedado con un amigo en el centro. Hemos ido a la playa. Estaba llena de extranjeros. Mi amigo ha extendido en la arena un cubre algo blanco con un mándala de elefantes estampado en negro. He ronroneado y lo he amasado antes de sentarme sobre él y desnudarme. La chica que había detrás mio (o enfrente, a ratos...) era muy parecida a una chica que el otro día hacía de anfitriona para unos amigos extranjeros en la mesa de al lado de una terraza donde estaba bebiéndome una cerveza y comiéndome un bikini, mientras veía la vida pasar.

Hemos caminado hasta la barceloneta, patatas fritas, mojitos y combinados de 4 rones y piña y no sé. 
El metro, Gràcia, he paseado un rato más antes de volver a casa. De nuevo el gato, miauuuuu, estira el cuerpo sobre la butaca verde y cuando parece apunto de bajar ve que ya estoy viniendo a saludarle.

Me he preguntado, ¿bajará o esperará? normalmente ya está en la puerta maullando cuando la abro, o viniendo a ella. Me ha mirado y ha esperado. Lo he cogido. Cómo suele hacer cuando lo cojo me ha abrazado el brazo delicadamente, a estirado el cuello, le he dado arrumacos con los labios y la cara y el cuello los dedos la mano la frente y su sonrisa se ha ampliado y su cola ha orbitado. Muack muack muack, para el rey de la casa. 

Después he recogido sus cacas del suelo, porque aunque tiene un arenero de casi un metro de largo y más de medio de ancho, no caga en él. 

He estado hablando con quién tal vez sea un nuevo amigo, me contaba que se iba cuatro días al país vasco a celebrar la danza del sol. 
Nos hemos despedido, algo me ha sacudido, y he empezado a inquietarme. 
Fractales es lo siguiente que recuerdo. Espirales. 
Con el ceño fruncido miraba espirales. 
Ah... ¡ah! en algún momento antes de esto y tras saludar al gato he puesto música. 

He decidido ducharme, poco después de meterme bajo el agua se ha terminado una canción y ha empezado otra, y la que empezaba ha sacudido mi cuerpo y cuando me he dado cuenta estaba desnuda y mojada, bailando a oscuras en el salón. 

Bailaba y bailaba, tribal, desnuda, descalza. Me he puesto una bragas, he encendido velas, he hecho una foto de mi salón, he cerrado los ojos y he seguido bailando. 

Mientras bailaba me he dado cuenta de que el ermitaño y el hereje están luchando. Ah, era eso lo que me estaba sacudiendo, lo que me estaba inquietando. La danza de la lucha. 

Sin embargo mi danza era otra, no sé cual, tampoco me importa. Podríamos llamarla la danza de la ignorancia (o de la conciliación). Me he dado cuenta de esto y he seguido bailando sin preguntarme: ¿tengo que hacer algo?. Entonces no sabía que ya lo estaba haciendo, del mismo modo que sí lo sabía y por eso no tenía que hacer nada...

Cuando me doi cuenta de algo, muchas veces no me doi cuenta de que inconscientemente creo que debo hacer algo al respecto. 

Sí que en algún momento me he preguntado: ¿A si que así es cómo se siente Dios cuando sucede una guerra?  

El ermitaño y el hereje se están ¿o estaban? peleando, y yo bailo, nada más. Entonces siento que se han unido durante la desvergonzada danza que estaba llevando a cabo en mi salón, con los ojos cerrados, el pelo sobre la cara, el cuerpo aún con restos de sal desenvuelto y vibrante. La ventana y el balcón abiertos, las luces apagadas, nadie miraba, Nadie miraba...

Y Yo bailaba desvergonzada para mi dentro de la concha, a la vista de todos. 
Sabéis, podría deciros que aún no estoy preparada para bailar en público.
Sin embargo, prefiero deciros que me estoy preparando. 

Yo también ignoro cuándo ocurrirá, o si quiera si ocurrirá. De momento sólo sé que me estoy preparando. Ni por qué, ni para qué. No sé, yo hago y deshago, nada más.
Sé que hace meses, la noche de un día en el que alguien bailaba a mi alrededor, muy cerca... decidió dejar de hacerlo, y se fue de un modo que no tengo palabras para describir, ni para juzgar. La noche de aquel día bailé como no bailaba desde que era una niña, sin concha. Recuerdo que sonreí mucho, y que lloré algunas lágrimas de amor. No tuve que hacer nada para que mi mente no dijera una palabra y presa de la emoción, disfrutara sin más del baile, del cuerpo que recibía la vibración del sonido y respondía. 
Como fuere, respondía. Y ahí estábamos, trígono perfecto, alineados, danzando.  

Hace tiempo que cosas que escapan al entendimiento vienen y se muestran, se desnudan ante mi como me desnudo yo para mi, y para el resto. 
Sabéis, compartimos un extraño y deformado concepto a nivel global acerca de la clarividencia. 

El hereje y el ermitaño estaban ¿o están? luchando. 
Cada rato tengo menos idea de lo que hago. Y no lo sé, y no me importa, y me da igual. El hereje y el ermitaño son la misma cosa.

He olvidado volver al bar a pagar la factura. 
Al final no me he duchado.
Me encanta bailar desnuda. Me encanta bailar prendida. Me encanta bailar y prenderme. Me encanta bailar y revelarme. 

A veces, cuando bailo, veo cosas. No es la primera vez que veo a quién he visto hoy. 
Hoy, cómo otras veces, estaban ante el fuego. Cómo otras veces, algo me jalaba de la boca del estómago hacia ella, que esta vez estaba bailando ante el fuego. 
Me quedé prendida al instante de ella, y no por la fuerza que me jalaba. Ahora se me ocurre que tal vez su danza era un hechizo. La cuestión es que estaban allí, ante el fuego, una bailando, la otra mirándola, y yo observando.

Oh... sí, ¡claro que al final me dejé jalar!. Y bailé el mismo baile. Y tú me mirabas, y yo sentía tras mi espalda tu mirada. Te gustaba verme bailar, a sabiendas de que había danzas que sólo bailaba para ti. Y contigo. 

Vuelvo al salón, sigo bailando y siento... siento los brazos abiertos, y el viento, y la colina, y la boca abierta. Se me ha ocurrido que, de ir a la guerra, mi ejército estaría hecho de tambores, de mujeres y hombres danzantes. 

He releído lo escrito.
No he añadido ni quitado una palabra, un punto, o una coma.
Me da igual.
Estoy aprendiendo a no hacer.
A ignorar.  

Experimento, experimento...

Acabo de recordar que la segunda vez que he despertado hasta que he empezado a bailar he sido una larva ciega nutriéndose de nada. 

He visto la danza que une las cosas que nunca están separadas. He visto cómo mantiene la danza las cosas unidas. 


O no.
Qui sap.








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